miércoles, 11 de mayo de 2011

Libertad de ser madre


A menudo vienen a mi historia de mujeres, de hijitos, consejos que vienen y van, no tengo especialidad en ningún tema de salud, y lo que digo, lo digo por lo que aprendí investigando, y lo que aprendí de las experiencias de mis amigas con mucha más experiencia y conocimiento.

Desde que supe qué mi hija venia a mí, tome la decisión de tener una maternidad consciente, y libre de complejos, de egoísmos, y de mentes ajenas, quería ser madre yo solita.

Es verdad que el camino ha sido muy suave, y muy llevadero, y admiro mucho a mis amigas que no lo tuvieron “tan fácil“, es verdad también, y no me pesa admitirlo, que no soy perfecta y cometo errores, pero he aprendido sobre la marcha, y aunque es verdad que soy “rebelde” por no escuchar a los “conocedores” siempre le he hecho caso a mi corazón, y estoy segura que él no se equivoca.
Nunca como ahora he deseado la libertad que hoy tengo, ser libre de decidir y correr riesgos, libre de afrontar las consecuencias de mis actos con el mismo ímpetu y alegría, y no por resignación, libre de ser, libre de pensar… libre de pedir un consejo y saber si tomarlo o no.



Pero siempre me pregunto por qué a las mujeres nos pesa tanto la libertad? Por qué no dejamos a los demás vivir con libertad, tomar sus decisiones, errar y rectificar? Por qué siempre alguien se considera la voz erudita de la sabiduría y la experiencia, y pretende decidir por los demás, argumentando que es lo mejor??

Yo escape de ese ambiente so-deprimente y caótico, en el que nunca sabia donde empezaba mi responsabilidad y terminaba mi derecho, escape porque necesitaba saber que mis decisiones de hoy repercutirán en mi futuro, pero será mía únicamente la responsabilidad, y no sentiré el vacio en el pecho al pensar: “yo quería hacerlo de otro modo”. O sentir culpa cuando las cosas no salen como esperaba y la voz ajena de mi conciencia me diga y repita: “Te lo dije, te lo dije!”

Es por eso, que cuando alguna amiga me cuenta sus problemas, trato de ponerme primero en sus zapatos y luego en los ajenos. Descubro permanentemente que todas, sin excepción en algún momento de nuestra vida (si es que no es a lo largo de toda ella) nos sentimos culpables. Culpables de amar, culpables de pensar, culpables de sentir y escuchar nuestra voz interior… culpables, culpables!!

Pero cuando eres madre, cuando el milagro de la vida se ha producido en ti y tienes un hijo/a, las culpas y los jueces se multiplican a la velocidad de la luz. Si tienes suerte, quien sabe tú marido sea tu compañero, si no, será otro juez, un enemigo que lejos de apoyar y acompañar el proceso se convierta en el obstáculo que no te permita ser lo que deseas, ni disfrutar de esa etapa tan bonita. Y otra vez te sientes culpable, otra vez presa.

Tu medico, gran sabelotodo que muchas veces no sabe nada, decide por ti, te llena la mente de miedos, y decide como algo mecánico y trivial aquello que debería ser tan sagrado e intimo. Te juzga si decides amamantar, te juzgan si deseas colechar, te juzgan! Te intimidan, te apagan.



Pero el tema que me ronda la mente hoy y está llenando de fuego mi corazón, no son las personas ajenas a mi entorno, o al de mis amigas, son aquellas personas cercanas, madres, hermanas, tías, tutoras, mujeres como nosotras, tan machistas y egoístas como ellas solas, mujeres que están cerca, y que en vez de apoyar… perjudican, mujeres acomplejadas y prejuiciosas que han perdido la sensibilidad, o es que Dios no se las dio.

Mujeres que también son madres, y que no sé si por resentimiento o frustración aconsejan todo aquello que ellas hicieron “bien”, porque fueron obligadas por las circunstancias, aquellas que no amamantaron, aquellas que no criaron con apego, aquellas que pegan, aquellas que abortan…


Y no es que las juzgue, no. Mi intención no es convertirme en aquello que yo tanto detesto, solo exijo, porque siento que es mi derecho y el de todas las mujeres, el mismo respeto a mis decisiones, como alguna vez fueron respetadas las decisiones de las otras, exijo para mi, el mismo respeto que se merece aquella que tiene poder económico o social, exijo respeto para mi vida, porque es mía y cuando se acabe, la habré disfrutado o sufrido yo, no mi mamá, no mis hermanos, no mis vecinos, no el médico al que le pago para escucharle decir sandeces, ni la mujer que porque cree que me paga el sueldo y me cobija en su casa, tiene el derecho de decidir mi manera de criar a mis hijos. (Lamento mucho haber mencionado a mis afectos más cercanos, pero es que la lirica me quedo bonita así)

Por último, yo sé que no le puedo cambiar el chip a las personas, sé, y me duele mucho, que mi amiga no pueda decidir libremente por su vida, porque su jefa (gran mujer profesional y madre conocedora) le ha quitado a su hijito para que deje de amamantarle y ahora los tienen durmiendo separados, no puedo decidir por la hermana de mi amiga, que desea continuar lactando a su bebe de 11 meses, solo porque la doctora dice que es malo, que afecta la vida de la pareja, y porque tiene un marido papanatas, que lejos de apoyar y proteger, ha sido quien le ha tirado primero las piedras. Pero quiero decirles a ellas, a todas, que la verdadera libertad es aquella que se conquista con convicción, sin miedos, y no es necesario tener dinero, ni poder para ser realmente libre y feliz.